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“¿Y si los robots ya no nos necesitan? La distopía que empieza con una aspiradora
No sé tú, pero a veces me pregunto si el futuro ya está aquí y simplemente nos hacemos los distraídos. Mientras escribo esto, mi robot aspiradora—la humilde Roomba—pasa rozando mis pies.
TEMA SEMANAL ABIERTO
SANTI CULLELL
5/24/20253 min read


“¿Y si los robots ya no nos necesitan? La distopía que empieza con una aspiradora
No sé tú, pero a veces me pregunto si el futuro ya está aquí y simplemente nos hacemos los distraídos. Mientras escribo esto, mi robot aspiradora—la humilde Roomba—pasa rozando mis pies. Gira, se detiene, parece que reflexiona, y luego se lanza hacia otra esquina como si supiera algo que yo no. Es ahí cuando recuerdo las famosas Tres Leyes de la Robótica de Isaac Asimov, ese visionario que logró, desde la ciencia ficción, anticipar debates éticos que hoy golpean la puerta de nuestra realidad.
Para quien no las recuerde, aquí van:
Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo que tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Bellísimas, ¿no? Humanistas, sensatas, casi poéticas. Pero aquí va la pregunta incómoda: ¿alguien se está asegurando de que la inteligencia artificial que hoy gobierna nuestras vidas cumpla con algo remotamente parecido?
Spoiler: no.
Vivimos en una era donde los algoritmos deciden qué vemos, qué compramos, con quién hablamos y hasta qué opinamos. Los asistentes de voz nos escuchan más que muchos amigos, y los sistemas predictivos saben si vamos a enfermar o perder el empleo antes de que nosotros mismos lo intuyamos. ¿Dónde están las leyes de Asimov cuando más las necesitamos?
La evolución de la IA ha tomado un giro inesperado, como una criatura que ya no depende de su creador. Y no porque haya adquirido conciencia—al menos no aún—sino porque ya tiene el poder sin necesitarla. El verdadero apocalipsis no es Skynet lanzando bombas nucleares, es un algoritmo de contratación que decide que no eres apto para trabajar y nadie puede explicarte por qué. Es la IA que recomienda tratamientos médicos o asigna créditos hipotecarios con un nivel de opacidad que rozaría el totalitarismo si viniera de un gobierno.
Stephen Hawking lo dijo con esa lucidez aterradora que tenía: “El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana.” Y no lo dijo por miedo, sino por realismo. Porque si no somos capaces de dotar a estas tecnologías de un marco ético profundo, no será necesaria una rebelión de robots. Nos habremos rendido solos.
Ahora bien, no todo está perdido. Al contrario. Porque si hay algo que nos define como especie es nuestra capacidad de anticipación y adaptación. Somos la única especie capaz de inventar una herramienta y, al mismo tiempo, reflexionar sobre sus consecuencias. La IA puede ser nuestro mayor aliado si nos atrevemos a ponerle límites humanos. Límites morales. Límites éticos.
No se trata de frenar el avance, sino de guiarlo con propósito. Como decía Albert Einstein, “el problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón.” Pues bien, la IA será lo que nuestro corazón—y nuestras leyes—le permitan ser.
Volviendo a mi Roomba, la ironía es deliciosa. Ese pequeño cilindro con ruedas que se atasca bajo el sofá y choca con la pared con la terquedad de un niño malcriado... no cumple con ninguna de las leyes de Asimov. No me protege, no me obedece y, francamente, estoy seguro de que si pudiera dañarme para poder limpiar mejor la alfombra, lo haría sin dudarlo.
Pero tal vez ahí radica la enseñanza. En ese gesto torpe, mecánico y casi cómico de una máquina que no es malvada, pero tampoco es buena. Simplemente es, y por eso nos corresponde a nosotros decidir qué clase de inteligencia queremos multiplicar en el mundo.
El futuro no será apocalíptico por culpa de las máquinas, sino por nuestra falta de humanidad al crearlas. Así que el verdadero llamado no es a temerle a los robots, sino a reconectar con nuestros valores antes de que sea la IA quien decida por nosotros.
Después de todo, si ni la Roomba cumple con las tres leyes... ¿qué podemos esperar del resto?
El futuro no está escrito. Lo escribimos cada vez que elegimos cómo y para qué usamos la tecnología.”


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