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“Tú también eres un lápiz blanco” (aunque seguramente aún no lo sepas)
Muchos de los que estáis leyendo estas líneas no sabéis que una de mis pasiones, desde niño, ha sido pintar... pero sobre todo dibujar, dibujar el mundo que me rodeaba. Allí aprendí lo que significa el estado del “Flow” (esa experiencia de concentrarte tanto en una actividad que el tiempo se diluye y todo avanza sin esfuerzo, como si tú y la tarea fuerais un mismo río que fluye sin obstáculos, lo mismo que me ocurre cuando escribo estas lineas) y sus efectos transformadores. Lo hacía durante horas, sin pensar en el tiempo, sin preocuparme por lo que había a mi alrededor. Era mi mindfulness antes de saber el significado de esa palabra, ahora tan de moda. Mi refugio. Mi espacio sagrado. Aquel lugar donde todo tenía sentido y nada dolía. Donde podía desaparecer del mundo real y, al mismo tiempo, crear uno completamente nuevo con mis propias manos.
TEMA SEMANAL ABIERTO
SANTI CULLELL
6/14/20256 min read


El poder invisible del lápiz blanco: la historia de quienes sostienen el mundo sin que nadie lo note.
Muchos de los que estáis leyendo estas líneas no sabéis que una de mis pasiones, desde niño, ha sido pintar... pero sobre todo dibujar, dibujar el mundo que me rodeaba.
Allí aprendí lo que significa el estado del “Flow” (esa experiencia de concentrarte tanto en una actividad que el tiempo se diluye y todo avanza sin esfuerzo, como si tú y la tarea fuerais un mismo río que fluye sin obstáculos, lo mismo que me ocurre cuando escribo estas lineas) y sus efectos transformadores. Lo hacía durante horas, sin pensar en el tiempo, sin preocuparme por lo que había a mi alrededor. Era mi mindfulness antes de saber el significado de esa palabra, ahora tan de moda. Mi refugio. Mi espacio sagrado. Aquel lugar donde todo tenía sentido y nada dolía. Donde podía desaparecer del mundo real y, al mismo tiempo, crear uno completamente nuevo con mis propias manos.
Dibujar era una puerta abierta a la libertad. Solo necesitaba una hoja en blanco y un lápiz para adentrarme en paisajes imaginarios, criaturas fantásticas, ciudades imposibles o mundos que solo yo podía ver. Todo era posible. Todo dependía de mí. Yo decidía por dónde salía el sol, de qué color eran las montañas o si el cielo se teñía de estrellas o de relámpagos.
Dibujar no solo me enseñaba a mirar mejor; me enseñaba a sentir más profundamente. Me ayudaba a calmarme, a entenderme, a traducir emociones que no sabía poner en palabras. Había días que dibujaba como quien lanza un grito. Otros, como quien barre la tristeza del corazón. En todos los casos, el trazo era vida. Y la vida, trazo a trazo, se dejaba dibujar.
A veces pienso que es gracias a esa forma de imaginar y detenerme en los detalles, que sigo creyendo en la posibilidad de un mundo más justo, más amable y más lleno de luz.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que abrí una caja nueva de lápices de colores. Lo más curioso es que la mayoría de niños —y también muchos adultos— cuando ven un lápiz blanco por primera vez, piensan que no sirve para nada. Es un pensamiento común, casi automático, fruto de no entender su verdadero valor. ¿Cómo puede ser útil un color que no se ve? ¿Qué sentido tiene incluirlo en la caja si no deja huella sobre el papel blanco? Esa ignorancia, inocente o insensata, ha hecho que generaciones enteras pasen por alto su magia.
Muchos lo desechan sin haberlo probado de verdad. Pero el lápiz blanco, como tantas cosas esenciales en la vida, actúa de forma sutil: ilumina sin deslumbrar, sostiene sin pesar, acompaña sin imponerse. Requiere una mirada sensible, una mente curiosa y unas manos que no busquen protagonismo sino equilibrio. Aquel estuche era un universo encerrado en un rectángulo metálico. Mi primer estuche de colores “Caran d’Ache”: 40 bastoncillos de madera que guardaban mis sueños antes de salir a la luz. Todo brillaba, todo prometía. Pero junto a los rojos intensos, los azules profundos y los amarillos que hacían cosquillas a la vista, había un lápiz discreto, al final a la derecha, que no parecía querer destacar: el blanco.
Aquel lápiz que no pintaba —o eso pensaba yo— acabó siendo el más mágico de todos.
Porque el blanco, como descubrí con el tiempo, no es ausencia, sino posibilidad. Es el color que da luz, que suaviza, que estructura. Es el que permite que los demás brillen más. El que matiza, que une, que da espacio. El que parece no hacer ruido, pero lo transforma todo. Y en las organizaciones... también los hay.
Hay quienes son rojos, brillantes e intensos. Otros son azules, profundos y analíticos. Pero en todo equipo debe haber también blancos: personas que no llaman la atención pero que hacen que todo encaje. Que conectan, que armonizan, que aportan una luz que no se ve pero se nota.
El cuento del lápiz blanco
En la quinta planta de un gran edificio de oficinas de acero y cristal, trabajaba Martín. Nadie sabía muy bien cuándo había empezado a trabajar en la empresa. No salía en las fotos del boletín interno, ni figuraba en las reuniones estratégicas. No levantaba la voz, no vestía trajes caros, no daba titulares. Pero su nombre aparecía en todas las soluciones, en boca de los compañeros que realmente hacían que las cosas pasaran.
Martín llegaba puntual cada día, saludaba con una sonrisa discreta y se sentaba en su mesa como quien abre un libro. Escuchaba más que hablaba. Observaba más que juzgaba. Tenía la virtud de estar presente sin ocupar espacio. Cuando había un problema entre departamentos, él era quien traducía. Cuando fallaba una entrega clave, él era quien calmaba. Cuando alguien empezaba a dudar de sí mismo, él era quien hacía una pregunta justa y humilde que lo cambiaba todo.
Era como ese pegamento invisible que mantiene unidas las piezas de un jarrón roto sin que nadie lo note. Como el contrapeso de un reloj de péndulo: imperceptible, pero esencial para que el mecanismo no se detenga. Como la sombra en un cuadro, que sin brillar, da profundidad al conjunto.
Nunca pidió reconocimiento. Pero era quien enviaba el último correo cerrando temas con elegancia. Quien recordaba los cumpleaños de todos. Quien, en silencio, ayudaba a los nuevos a entender la cultura de la empresa. Quien defendía a los ausentes cuando alguien los cuestionaba. Como el lápiz blanco, no parecía pintar, pero sin él, el dibujo estaba incompleto.
Un día, Martín dejó la empresa. Lo hizo sin hacer ruido. Dejó una carta breve a recursos humanos y un gracias manuscrito a cada compañero del equipo. Nadie organizó una gran despedida. Pero en las semanas siguientes, algo cambió. Las discusiones se alargaban más. Los malentendidos eran más frecuentes. Los detalles que antes parecían encajar, ahora chirriaban. Y entonces alguien dijo en voz baja: “Nos falta Martín”. Y todos asintieron.
No era solo un compañero. Era el equilibrio. El enlace. El blanco entre todos los colores. La ausencia que revelaba el valor de lo que parecía invisible.
Y aquel día, quizá por primera vez, toda la empresa entendió que hay personas que no brillan porque son luz.
Epílogo
Yo he conocido a muchos Martins. Personas que han hecho más grande a un equipo sin hacerse notar, que han construido puentes con la palabra justa y han cosido equipos con hilo invisible. Personas que no piden reconocimiento porque entienden que su valor no depende de una medalla, sino de la paz que dejan a su paso.
Quizá tú, que estás leyendo esto, eres uno de esos lápices blancos. Quizá siempre pensaste que no pintabas, que no destacabas, que pasabas desapercibido. Pero quizá, como Martín, eres la luz silenciosa que hace brillar a los demás. El detalle que lo equilibra todo. El espacio donde los colores respiran.
Un mundo sin lápices blancos sería como una orquesta sin silencios, como un texto sin pausas, como un cielo sin nubes que le den dimensión. Necesitamos a los Martins. A las Martas. A todos aquellos que transforman desde la sombra, que elevan sin alzar la voz, que construyen sin firmar el plano.
Y si nadie te lo ha dicho aún, permíteme ser yo quien lo haga ahora: GRACIAS (gracias en mayúsculas, como en mayúsculas es tu aportación, aunque el mundo aún no se haya tomado el tiempo de reconocértelo).
Porque sin ti, el dibujo sería más pobre. Porque el mundo necesita más personas como tú.
Porque como dijo Albert Schweitzer: “El ejemplo no es lo más importante que influye sobre los demás. Es lo único.”
Y tú, sin saberlo, llevas tiempo siendo ejemplo.
Con cariño y esperanza,
SANTI CULLELL CONDAL
de “Un Mundo para Dummies”
Un mundo por aprender. Un mundo por descubrir.
Un mundo que, aunque tiemble… sigue y seguirá girando.


Aprendizaje
Conoce conceptos complejos de manera sencilla.
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