“Trump desnudo” Una sátira sobre el poder, el autoengaño y el despertar del mundo

En un mundo donde los discursos valen más que los datos, donde los líderes se preocupan más por parecer que por ser, donde las pantallas gritan verdades a medias y los aplausos se compran con miedo... nace una fábula moderna. Inspirada en el clásico El traje nuevo del emperador, esta historia no habla de reyes ni de sastres mágicos, sino de un personaje real y reconocible: Donald Trump, el líder que quiso vestir la economía más poderosa del mundo con hilos invisibles. Pero la tela no era seda, sino deuda pública, aranceles y egolatría embotellada en slogans. Y como en todo cuento, llega el momento en que la verdad atraviesa la niebla.

TEMA SEMANAL ABIERTO

SANTI CULLELL

5/2/20254 min read

I. El emperador de la Torre Dorada

Donald Trump, emperador del Imperio del Dólar, no vivía en un palacio de mármol ni en la Casa Blanca. Su verdadero trono era una torre dorada en Manhattan, llena de espejos que sólo le mostraban lo que él quería ver.

Cada mañana, ante sus asesores, repetía con una sonrisa autosatisfecha:

“América es la más grande, la más fuerte, la más temida. ¡Porque yo lo digo!”

Le encantaba anunciar subidas de la bolsa como si fuesen milagros suyos. Si el dólar se fortalecía, era gracias a su genio. Si se debilitaba, era culpa de “los globalistas”, “los comunistas” o “los medios falsos”.

“La modestia es para los mediocres”, solía decir mientras firmaba órdenes ejecutivas como si fueran tuits.

Y en los pasillos, sus ministros murmuraban:
“A veces parece que dirige el país como si fuera un reality show…

II. La llegada de los sastres del milagro

Un día llegaron dos hombres con trajes impecables, voz grave y una maleta llena de promesas. Se hacían llamar “consultores de soberanía económica”.

—Señor emperador, tenemos algo revolucionario —dijeron—: un traje económico que hará que su imperio parezca invencible.

—¿Qué clase de traje? —preguntó Trump, curioso.

—Uno tejido con aranceles mágicos, proteccionismo glorioso y retórica nacionalista. Solo los verdaderos patriotas podrán ver su esplendor. Los demás… quedarán como tontos, débiles o traidores.

Trump no dudó. Les dio una fortuna en presupuesto, medios y poder mediático. Y así comenzó el gran proyecto: construir el “milagro económico americano” sin tocar la base estructural del país.

III. El telar invisible de las promesas

Los sastres montaron su telar en la mismísima Oficina Oval. Fingían hilar finas estrategias: subían aranceles aquí, rompían tratados allá, señalaban a enemigos imaginarios y prometían que todas las fábricas volverían "mañana mismo".

Pero no había tela. Ni inversión real, ni reducción del déficit, ni alianzas estables. Solo palabras envueltas en banderas.

Los asesores más sensatos iban a observar el proceso y, aunque no veían nada, temían decirlo en voz alta.

—“¡Qué extraordinario patrón de crecimiento!”
—“¡Qué fino equilibrio fiscal!”
—“Nunca vi un modelo tan transparente…”

Y como dijo Voltaire:

“A menudo basta con que una sola persona diga que un traje es hermoso para que todos los demás aplaudan el desfile.”

IV. El gran desfile ante el mundo

Con su traje imaginario terminado, Trump decidió lucirlo ante el mundo. Anunció una gira internacional, una cruzada por la “justicia comercial”.

En cada foro global repetía:

—“La economía americana es la más fuerte de la historia. ¡Yo la hice así!”

Los números reales no importaban. El déficit comercial crecía, la deuda pública batía récords, y los mercados estaban nerviosos. Pero el emperador seguía caminando erguido, sin mirar atrás.

V. Los primeros que dejaron de aplaudir

Los grandes países aliados —Europa, Japón, Canadá— empezaron a incomodarse. ¿Qué seguridad podía ofrecer un imperio que usaba la economía como arma de chantaje?

China aceleró sus acuerdos comerciales bilaterales con otros países. Rusia vendió dólares y compró oro. India empezó a comerciar con yuanes. Incluso África empezó a hablar de soberanía comercial.

Como dijo John F. Kennedy:
“El liderazgo y el aprendizaje son indispensables el uno para el otro.”

Pero Trump no aprendía, solo gritaba más fuerte. Si alguien lo criticaba, era un “enemigo del pueblo”. Si una economía no crecía, era culpa de sus antecesores.

VI. El niño que habló claro

En una cumbre para el pacto de nuevos aranceles de países emergentes, celebrada en un lugar sin prensa occidental, un joven estudiante de economía tomó la palabra:

—Señor Trump —dijo con voz firme—, usted está desnudo.

—¿Cómo te atreves? —tronó Trump.

—Dice que su traje es de crecimiento, pero solo vemos inflación, tensión y deuda.
Dice que su modelo es nuevo, pero usa herramientas del siglo pasado.
Dice que el mundo lo admira, pero el mundo lo está dejando atrás.

El salón enmudeció.

Y uno a uno, los países empezaron a susurrar lo que ya sabían pero no se atrevían a decir:

—Está desnudo.
—Su economía no es invulnerable.
—Su poder está hecho de miedo, no de verdad.

VII. El fin del hechizo

La noticia dio la vuelta al mundo. El dólar no colapsó, pero perdió su aura de divinidad. La bolsa no cayó, pero dejó de reflejar fe ciega. Los mercados entendieron que el emperador no era eterno, y que el traje era humo.

Trump, testarudo, siguió marchando. Gritaba más fuerte. Subía aranceles a países que no existían. Inventaba enemigos. Pero ya nadie lo escuchaba con devoción.

Y como dijo George Orwell:
“El poder es arrancar al ser humano su propia visión del mundo y obligarle a aceptar otra. Y decirle que está loco si no lo hace.”

Esta vez, el mundo se negó.

Epílogo: La dignidad de mirar la verdad

Trump regresó a su torre dorada. Allí estaban los espejos. Pero ahora, por primera vez, ya no le devolvían la imagen de un emperador invencible, sino la de un hombre viejo, rodeado de humo, con más seguidores que aliados, con más tweets que ideas.

Y en algún rincón del planeta, una joven economista escribía en su cuaderno:

“El mundo ha aprendido que la economía no se dirige con miedo, sino con verdad. Que los imperios no se sostienen con desfiles, sino con coherencia.

Y que cuando un líder se rodea de aplausos falsos, corre el riesgo de quedarse desnudo ante los ojos de la historia.”

Moraleja final:

Quien confunde el ruido con la grandeza, acaba creyendo que el eco de sus gritos es la voz del mundo.
Y cuando se le cae el disfraz, descubre que no gobernaba un imperio, sino un escenario.