¿Por qué tenemos HOBBIES, será por qué necesitamos una válvula de escape?

Hace unos días, Laia me lanzó la gran pregunta: «¿Por qué dedicas horas que no tienes a hacer todo lo que haces, si el trabajo ya te chupa la energía?» Laia, publicista y dueña de su propia agencia, se siente realizada, solo sale a correr de vez en cuando y se cuela en el gimnasio lo justo para que nadie la tome por una intrusa (guiño irónico).

TEMA SEMANAL ABIERTO

SANTI CULLELL

6/7/20255 min read

Hace unos días, Laia me lanzó la gran pregunta:

«¿Por qué dedicas horas que no tienes a hacer todo lo que haces, si el trabajo ya te chupa la energía?»

Laia, publicista y dueña de su propia agencia, se siente realizada, solo sale a correr de vez en cuando y se cuela en el gimnasio lo justo para que nadie la tome por una intrusa (guiño irónico).

En aquel momento solo balbuceé que lo hacía por “necesidad emocional”, pero en casa repasé lo que explica el libro Flow de Csíkszentmihályi y me zambullí en datos sorprendentes:

  • Un macroestudio con 93.263 personas confirma que quienes mantienen un hobby regular informan de menos ansiedad y mayor satisfacción vital.

  • Investigaciones norteamericanas muestran que las actividades de ocio actúan como un escudo contra el burnout: a más hobby, menor impacto del estrés laboral.

  • Las empresas que fomentan proyectos personales ven crecer la productividad un 13 % y disminuir las bajas médicas.

Visto así, quizá la respuesta real para Laia sea: necesito estos espacios para recordar quién soy y qué puedo aportar al mundo. Y no soy el único: cada vez conozco a más compañeros que, tras una jornada despersonalizada, aún encuentran fuerzas para dirigir corales, restaurar muebles o entrenar equipos de base.

“Cuando la multinacional te vuelve invisible…

y un pequeño club de baloncesto te devuelve la vida”

Cuento – “La pista que volvía a latir”

Cuando Ramiro firmó su primer contrato tenía veintipocos años y los ojos tan abiertos como el vestíbulo luminoso de Protección Mutua, una aseguradora pequeña y cercana donde la confianza con el gestor era la pieza maestra. Escalaba posiciones guiado por una ambición sin techo i una intuición precoz.

Allí, el teléfono servía para preguntar: «¿Cómo está su madre?», para resolver una duda al momento o para felicitar el cumpleaños de un cliente; nunca para colocarle una póliza que, con suerte, apenas usaría. El ritmo era intenso, sí, pero humano: las decisiones se tomaban mirándose a los ojos y cada firma llevaba historia y apellido.

Con los años, Protección Mutua fue absorbida —como tantas otras— por la multinacional Global Cover. Los anuncios decían ”Nos mueve la cercanía”, pero detrás se multiplicaban protocolos, objetivos trimestrales y scripts de venta impersonales. El mismo teléfono, ahora, solo marcaba para recordar cuotas pendientes u ofrecer add-ons innecesarios.

Ramiro seguía a gusto gracias a Olga, Víctor y cuatro veteranos más, pero cada año el pasillo se vaciaba: unos porque «ya no hacían falta» en la era de la inteligencia artificial; otros, porque el estrés los había doblegado. Las oportunidades dejaron de llover: ahora caían a cuentagotas, con elegancia caprichosa y un aire enigmático que descolocaba hasta al más despierto.

La sonrisa de sus veinte se resquebrajaba tras un head-set que repetía: «¿Puede esperar unos segundos mientras verifico su identidad?»

Un gris viernes, tras un día especialmente mecánico, el móvil vibró con la foto de su hijo, Éric, desde Lausana (Suiza):

«¡Papá, primer día en la empresa! Oficina sin mesas fijas, ideas que cuentan, horarios flexibles… Creo que te habrías enamorado de este lugar». Un aguijón de orgullo y nostalgia le atravesó el pecho.

Aquella noche, en lugar de lanzarse al sofá, Ramiro siguió con su viejo compromiso, como cuando Éric aún botaba con ilusión ese balón lleno de sueños: hacer de delegado de campo en un partido cadete del CB Atlètic, el club donde Éric había anotado su primera canasta. Pensó que sería solo esa noche, pero cuando el balón botó sobre el parquet, sintió el latido que le faltaba en la oficina.

Volvió al día siguiente, y al otro. De repartir fichas pasó a organizar torneos y, cuando la presidenta se jubiló, lo nombraron nuevo presidente. Entre semana revisaba pólizas automatizadas; por las tardes y fines de semana pintaba vestuarios, cerraba convenios y diseñaba programas de valores para jóvenes que empezaban a soñar canastas. Su experiencia en seguros le permitía tramitar coberturas médicas con una agilidad que el club jamás había tenido.

Un sábado de finales de mayo, el pabellón hervía en el “Torneo Valores a Canastas” que él mismo había impulsado. Cuando el equipo infantil del club alzó el trofeo —un bloque de madera pulido por los alumnos con discapacidad de la comunidad—, Ramiro buscó la cámara de su móvil. Al otro lado, Éric sonreía y levantaba los pulgares:

«Papá, eres increíble», le susurró entre el bullicio.

En ese instante, Ramiro entendió que la vida abre escenarios donde desplegar lo que eres, aunque el trabajo se haya vuelto frío. Dentro de aquel pabellón él era gestor de sueños, mentor y parte de una red que transformaba la presión en crecimiento colectivo. La llave metálica del pabellón, que llevaba en el bolsillo, le recordaba cada mañana que —pese a los scripts impersonales y los pasillos vacíos— aún podía encender luces y compartir un «¿Cómo estás?» de verdad.

Y así, mientras la multinacional automatizaba saludos, Ramiro, sin resignarse, preservaba el latido humano que un día había engrandecido a su primera compañía y que, ahora, iluminaba el futuro de cientos de jóvenes.

Epílogo – La respuesta que le debía a Laia

Si hoy Laia volviera a preguntarme, le diría:

«Lo hago porque un corazón que solo late para cumplir indicadores se atrofia. El hobby —como el pabellón de Ramiro— oxigena mi alma y, de rebote, me convierte en mejor profesional y mejor compañero.»

Veo lo mismo en muchos colaboradores: Olga dirige un coro góspel, Víctor restaura muebles para familias vulnerables, Raul entrena a equipos de hockey de chicos con síndrome de Down… Quizá esa sea la razón secreta que todavía nos mantiene en pie: hemos encontrado un lugar donde nuestro valor sí cuenta.

«Quien tiene un porqué para vivir encontrará casi siempre el cómo.»Viktor Frankl

Así que, lector, si tu trabajo te apaga, busca tu pabellón: un huerto comunitario, un club de lectura, un curso de cerámica… Allí hay espacio para volver a hacerte grande. Y si necesitas una mano para descubrirlo, llámame: te invito a un café y lo trazaremos juntos. El primer bote en pista siempre da un poco de miedo, pero es el sonido que despierta la vida.

Con cariño y esperanza,

SANTI CULLELL CONDAL

de “Un Mundo para Dummies”

Un mundo por aprender. Un mundo por descubrir. Un mundo que, aunque tiemble… sigue y seguirá girando.