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¡No son Aranceles, es teatro geopolítico! Lo que Trump realmente está haciendo (y lo que tú deberías saber)
He aprendido a mirar con calma aquello que otros analizan con urgencia. Mientras medio mundo se lleva las manos a la cabeza por los nuevos aranceles anunciados por la administración Trump, yo prefiero parar, respirar y observar. Porque, como decía Sun Tzu, “el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. Y créanme: esto no va de economía, va de estrategia. No es una guerra comercial. Es una partida de póker.
TEMA SEMANAL ABIERTO
SANTI CULLELL
4/7/20252 min read


Cuando Trump sube los aranceles al 34%, 46% o incluso 54%, no está lanzando una bomba. Está enseñando los dientes. Y eso, en geopolítica, no significa atacar, sino forzar al otro a moverse. Es el clásico “estira y afloja”, pero jugado con una banda sonora de tambores de guerra.
Trump no es tecnócrata. Es un vendedor de alfombras con instinto de jugador de póker, que cree jugar con cinco comodines y cartas marcadas. Su estilo se parece más al regateo en un bazar que a las sutilezas diplomáticas de la vieja Europa. Él arranca con un precio imposible, espera que el otro se escandalice... y luego ofrece una “rebaja generosa” que, en realidad, era su objetivo desde el principio.
Desde la Teoría de Juegos, esta estrategia recuerda más a una partida de ajedrez relámpago. No se trata solo de mover piezas, sino de crear tensión, lanzar sacrificios calculados para forzar una reacción y anticipar no uno, sino tres movimientos por delante. Trump lanza un arancel como quien sacrifica una torre, sabiendo que puede atrapar la dama contraria en las siguientes jugadas. El objetivo no es el golpe directo, sino el encaje final. Como decía Napoleón: “Una batalla se gana con la imaginación”.
La fórmula que presentó para justificar estas tarifas es casi anecdótica. No busca precisión económica, busca presión. Es una herramienta política, una carta en la negociación, no un dogma. Como dijo Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros”.
En este contexto, es fundamental realizar una valoración calmada del hundimiento de los mercados financieros en pocos días. Porque el largo plazo siempre quita la razón al inversor pesimista: históricamente, los mercados siempre se recuperan. Benjamin Graham decía: “En el corto plazo, el mercado es una máquina de votar, pero en el largo plazo, es una máquina de pesar”. Y quienes tenemos la capacidad de analizar el mercado y entender sus patrones históricos, disfrutamos con estos momentos aparentemente caóticos.
Estas situaciones nos permiten anticiparnos al caos, salir antes del colapso y tomar una pausa estratégica mientras observamos cómodamente la jugada, palomitas en mano, esperando ese rebote que nos garantice plusvalías extraordinarias. Esto no solo beneficia nuestra cartera, sino que fortalece nuestra credibilidad ante aquellos que han seguido nuestras recomendaciones.
¿Entonces, estamos todos locos? ¿Deberíamos preocuparnos? Pues sí y no. Preocuparse un poco está bien: eso nos mantiene despiertos. Pero caer en el alarmismo es mal negocio. Si algo nos enseña la historia, es que esto ya lo hemos visto antes. En 2018 también hubo gritos, amenazas y mercados temblando… ¿y qué pasó? Se firmaron acuerdos. Se bajaron tarifas. Y cada uno vendió la historia como una victoria.
Por eso, lo más importante hoy no es el número exacto de los aranceles. Es saber leer el subtexto, interpretar correctamente los movimientos. Lo que parece ruido, a veces, es solo parte del espectáculo. Trump está escribiendo su propio guion. Y como buen showman, quiere que todos lo miremos.
Así que, mientras los titulares gritan y los analistas sudan, respira hondo. Mira el tablero y recuerda las palabras de Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Pero también es el arte de no tomárselo todo demasiado en serio.
Porque al final, esto no va de tarifas. Va de poder, de teatro y de quién tiene el coraje de jugar hasta el último acto.
Y tú, ¿estás viendo la obra… o solo el decorado?
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