La ruptura de los Tramalote

Esta semana he tenido el privilegio de conversar con dos de las voces más lúcidas que conozco: el responsable de análisis y estrategia de la entidad donde trabajo, y uno de los economistas más influyentes del momento, quien, por cierto, presentará un nuevo libro este Sant Jordi. Ya lo tengo en mis manos, y os aseguro que dará que hablar. La sacudida que han experimentado el mundo y los mercados estos días me ha brindado una oportunidad única: contrastar opiniones, buscar sentido en medio del caos, y tratar de responder una pregunta que todos, en el fondo, nos hacemos: ¿Qué está ocurriendo realmente? La respuesta que ambos coinciden en dar es tan sencilla como perturbadora: nadie lo sabe con certeza. Alguien ha presionado el botón nuclear, y ahora los misiles surcan el cielo sin saber cómo, ni cuándo, podrán volver a tierra sin dejar un cráter tras de sí. Quienes me conocéis sabéis que me apasiona recurrir a analogías para traducir lo complejo en algo tangible. Hoy os traigo una que, espero, os ayude a ver con otros ojos el momento que vivimos.

TEMA SEMANAL ABIERTO

SANTI CULLELL

4/14/20253 min read

La ruptura de los Tramalote

En un tranquilo barrio de casas adosadas, vivía una familia que muchos consideraban ejemplar: los Tramalote. Él, hombre devoto, meticuloso, dueño de una importante empresa de constructora, era conocido por su fe inquebrantable y su papel como referente del Opus Dei en la comunidad. Cada domingo, la familia entera —sin excepción— asistía a misa como si de un ritual sagrado se tratara. Para él, la autoridad, el orden y la obediencia eran mandamientos grabados en piedra.

Ella, Chinara, había estudiado Derecho, pero abandonó su carrera para encarnar el ideal que su marido creía digno de una “buena esposa”: dar vida, cuidar el hogar, callar. Y durante un tiempo, creyó haber encontrado su sitio. Siete hijos en doce años. Un sacrificio envuelto en silencio.

Pero en el fondo de su alma, una llama jamás se extinguió. Entre biberones y letanías, Chinara comenzó a ayudar a amigas con pequeños casos legales. Al principio sin ruido. Luego con convicción. Su inteligencia, su empatía, su constancia la hicieron brillar. Un día, sus ingresos superaron los de su esposo. Contrató ayuda, organizó su casa como una pequeña empresa, y dedicó a sus hijos menos tiempo, pero mejor amor.

Y entonces, el equilibrio se quebró.

El señor Tramalote, que había gobernado su hogar como un reino, se sintió cada vez más ajeno. Su ego, cimentado durante décadas de poder indiscutido, comenzó a resquebrajarse. No entendía cómo su esposa, antaño dócil, se atrevía a decidir. Ni cómo sus hijos—sobre todo Euripao, el mayor—comenzaban a admirarla a ella y a cuestionarlo a él.

Una noche, regresó con los ojos oscuros. Cerró la puerta con violencia y declaró:

¡Se acabó! Desde mañana te despides del despacho. La familia es tu única responsabilidad. Y vosotros —dijo mirando a sus hijos— obedeceréis sin rechistar. Nada de libertades modernas.

Los hijos callaron. Pero al día siguiente, el aire pesaba. Ese mismo día, Tramalote alzó la voz, cruzó la línea, y sacudió a Chinara con violencia delante de todos. Fue un instante eterno. El final de algo que ya venía resquebrajándose.

Esa noche, Chinara se marchó con sus hijos. Al día siguiente, presentó la demanda de divorcio. Así comenzó un proceso tan largo como desgarrador, una negociación estéril y dolorosa que no traería alivio a ninguno de los miembros de aquella —ya extinta— familia que una vez fue ejemplar.

Los vecinos murmuraban. Algunos, los más conservadores, defendían al padre. Pero la verdad, como el sol tras la tormenta, terminó por imponerse: él había cruzado una línea. Su mundo había cambiado, y eligió imponer en vez de comprender, controlar en vez de escuchar.

Y sus hijos, que un día lo idolatraron, entendieron al fin que un líder no es quien grita más fuerte, sino quien ama más profundamente.

Analogía con el mundo actual

El señor Tramalote es Donald Trump: habituado a imponer, a exigir obediencia, a no tolerar que el mundo cambie sin su permiso.

Chinara es China: una potencia que durante años aceptó un segundo plano, pero que a fuerza de constancia y estrategia ha ganado peso y voz propia.

Cuando Trump exige sumisión al mundo —como el padre a su familia— se encuentra con una realidad que ya no puede dominar. Y al igual que Tramalote, puede caer en la tentación de utilizar la fuerza para recuperar el control. Pero al hacerlo, rompe un equilibrio frágil. Y el mundo, como la familia, ya no será el mismo.

Porque hay líneas que, una vez cruzadas, no permiten regreso sin cicatrices.

Y aunque el proceso sea doloroso, el futuro que nos aguarda no es un retorno al pasado, sino un nuevo orden que se está gestando.