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"La Leyenda del Dragón que no se quiso quemar" (Una historia que ya no es para niños, pero que ojalá lo fuera...)
Esta semana llega Sant Jordi, ese día en que las calles de mi tierra se llenan de libros, rosas… y símbolos. Un dragón, una princesa y un caballero reviven en cada historia, pero este año, incluso los mercados parecen haberse sumado al cuento. Las OPAs suenan a leyendas. Las decisiones empresariales parecen tramas de novela. Y uno no puede evitar preguntarse: ¿Quién es el dragón hoy? ¿Quién la princesa? ¿Quién escribe la historia? Aquí, lejos del ruido de la inmediatez, nos tomamos una pausa. Porque a veces, entender el mundo requiere más cuentos que titulares. Más metáforas que gráficos. En tiempos de tensión y discursos vacíos, tal vez no hagan falta caballeros. Tal vez necesitemos más escucha, más imaginación y menos miedo. Los dragones de hoy no queman... pero incomodan. Y si aprendemos a escucharlos, quizá nos enseñen a reescribir el futuro.
TEMA SEMANAL ABIERTO
SANTI CULLELL
4/22/20254 min read


"La Leyenda del Dragón que no se quiso quemar"
(Una historia que ya no es para niños, pero que ojalá lo fuera...)
En un mundo no muy lejano, rodeado de redes invisibles, algoritmos traviesos y mercados que nunca dormían, existía un reino peculiar: el Reino del Gran Capital. En su trono, un personaje de cabellera dorada y ego hinchado como un pavo real reinaba con voz de trueno y ceja levantada. Se llamaba Sir Trumalote, aunque él exigía que lo llamaran el Salvador del Mundo Libre.
Trumalote estaba convencido de que él lo había inventado todo: el comercio, los castillos, los caballos eléctricos y hasta las hamburguesas. Pero sobre todo, pensaba que todos los demás reinos le debían obediencia… y aranceles.
“¡Imponed tributos! ¡Cerrad las puertas! ¡Castigad al Dragón!” – gritaba desde su torre dorada con un megáfono que solo él creía que funcionaba bien.
¿Y quién era el dragón esta vez?
No era un monstruo alado ni escupía fuego. Era una criatura antigua, silenciosa, trabajadora. Su nombre era Chinarak, una dragona milenaria que había pasado siglos dormida, meditando entre bambús y circuitos, acumulando sabiduría, reservas de oro y fábricas de todo lo imaginable.
Durante años, Chinarak había fabricado lo que todos necesitaban. Desde zapatillas que se ataban solas hasta juguetes que espiaban a los niños por WiFi. Pero lo hacía con una condición: respeto y libre comercio. Y aunque tenía fama de sigilosa y algo enigmática, no solía atacar... salvo que la provocaran.
Y la provocaron.
¡Vaya si la provocaron!
Trumalote decretó que los productos de Chinarak eran peligrosos, que olían a comunismo y que por tanto debían ser gravados, vetados o directamente despreciados.
“¡No podemos dejar que nos arrebaten nuestra libertad ni que destruyan nuestra grandeza suprema, la más grande de la historia del mundo!”, exclamó indignado. Palabras carentes de sentido y ajenas a la realidad… pero siempre encuentran eco en los oídos de los necios, como si fueran melodías bien afinadas.
La princesa Europa, mientras tanto, vivía dividida en sus torres. Sus tías del norte querían una cosa, sus primas del sur querían otra, y sus primos del este aún estaban discutiendo qué idioma usar para ponerse de acuerdo. Pero todos coincidían en algo: estaban hartos de Trumalote y caLos padres de Europa —una mezcla de viejos reinos, islas nostálgicas, colonias en proceso de terapia y países que aún pagaban las facturas del siglo XX— miraban todo con preocupación:
“¡Que no se enfade Trumalote!” decían unos.
“¡Que no se enfade la Dragona!” decían otros.
“¡Y que no se acaben los móviles ni la gasolina!” murmuraban los más realistas.
Mientras tanto, Chinarak, en lugar de rugir o lanzar fuego, simplemente tejió redes. No de seda ni de telarañas, sino de cables, acuerdos, satélites y nuevas rutas con nombres poéticos como “la Ruta de la Seda 6G” o “la Vía de la Conciencia Artificial”.
Y entonces llegó el giro: Chinarak habló. No rugió, no amenazó. Habló con voz firme y pausada:
— "Durante siglos me llamasteis amenaza, cuando en realidad solo estaba cocinando para vosotros. Mientras os repartíais el mundo, yo sembraba arroz en silencio. Vosotros talasteis tanto bosques como raíces culturales, acumulasteis armas invadiendo países y llamasteis paz a vuestra arrogancia. Yo aprendí a volar sin alas, a comerciar sin miedo, a resistir sin violencia. No necesito conquistar el mundo: me basta con que dejéis de subestimarme. Porque el dragón no ruge, pero recuerda. Y cuando despierta, no busca venganza: solo su lugar bajo el sol. Un país donde la historia no se cuenta en siglos, sino en milenios, 5.000 años de sabiduría y tradición."
El silencio recorrió los reinos.
Incluso Europa, que siempre había esperado un caballero con armadura para que la salvara, empezó a preguntarse si no era hora de salvarse sola.
Y lo intentó. Se quitó los tacones diplomáticos, se remangó el vestido y empezó a fabricar sus propias energías, a valorar sus propias ideas, i a dialogar más con en resto del mundo en vez de con Trumalote.
Trumalote, viendo que ni su espada de aranceles ni su escudo de tweets surtían efecto, decidió montar una última ofensiva:
El Muro de la Inteligencia Artificial. Una idea brillante… si vivieras en 1961.
Pero el mundo había cambiado. El pueblo —sí, ese que siempre aplaudía las gestas del príncipe— comenzó a hacer preguntas.
¿Por qué el dragón siempre tiene que ser el malo?
¿Por qué el salvador del mundo siempre tiene que llevar corbata y gritar?
¿Y si el futuro no necesita héroes, sino aliados?
da vez más intrigados por la sabiduría serena de Chinarak.
El desenlace llegó en una mañana clara, cuando los líderes de todos los pueblos se reunieron en el Foro del Sentido Común, una plaza virtual donde, por fin, se escuchaban más ideas que gritos.
Allí, Chinarak fue invitada no como amenaza, sino com a participante clave. Europa hablaba en nombre propio, y no en boca de otros. Trumalote llegó tarde, con un jet dorado, pero ya nadie le reservó asiento.
FIN… o mejor dicho, COMIENZO.
Como escribió una vez Benedetti: - “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.”
Epílogo
En el gran tablero del mundo, entre OPAs por aquí, aranceles por allà y eternas guerras del sinsentido, ya no es solo una simple disputa arbitraria. Es el reflejo de una transformación profunda. Una lucha entre control y cooperación, entre pasado y porvenir.
No todos los dragones son monstruos, ni todos los príncipes quieren salvarte: algunos solo quieren dominarte.
Y a veces, el fuego que temes es justo el que puede iluminar un nuevo camino.
Y aunque aún haya días grises, el viento ha cambiado de dirección.
Porque, como dijo una vez Mandela: “Siempre parece imposible… hasta que se hace.”


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