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"El teatro de marionetas" ¿Quién mueve realmente los hilos?
Vivimos en un mundo fascinante, una obra teatral constante en la que los actores principales no son estrellas de cine, sino personajes de carne y hueso cuyos nombres aparecen cada día en los titulares. Donald Trump, con su eterna teatralidad y su habilidad para captar la atención global; Xi Jinping, que opera con la calma estratégica de un maestro ajedrecista; Vladimir Putin, quien parece ser capaz de cambiar las reglas del juego con un simple gesto; o Florentino Pérez, cuya sola presencia basta para influir en la tensión emocional de cualquier evento deportivo. Esta semana, otros actores discretos entran silenciosamente en escena, anunciando movimientos en el mundo empresarial, con fusiones y adquisiciones que se mencionan en murmullos, de esas noticias que suenan importantes, pero que quedan en el aire sin que nadie las entienda del todo. También aparecen figuras en segundo plano: expertos financieros, abogados, analistas y asesores anónimos que manejan información clave, actuando desde las sombras, tan influyentes como invisibles. Como bien dijo Winston Churchill: "La historia será amable conmigo, porque tengo intención de escribirla". ¿Quién está realmente detrás de estas decisiones? ¿Somos espectadores, o también actores sin guión en este vasto escenario que llamamos mundo? Inspirada en el clásico El traje nuevo del emperador, esta historia no habla de reyes ni de sastres mágicos, sino de un personaje real y reconocible: Donald Trump, el líder que quiso vestir la economía más poderosa del mundo con hilos invisibles. Pero la tela no era seda, sino deuda pública, aranceles y egolatría embotellada en slogans. Y como en todo cuento, llega el momento en que la verdad atraviesa la niebla.
TEMA SEMANAL ABIERTO
SANTI CULLELL
4/26/20254 min read


"El teatro de marionetas"
La fábula de los hilos invisibles
Cuentan los ancianos —aquellos que aún recuerdan el lenguaje del viento— que en un rincón olvidado del mundo existía un teatro diminuto, tan escondido entre la niebla que sólo los ojos sabios podían hallarlo.
Decían que sus puertas no se abrían con llaves, sino con la curiosidad auténtica, esa chispa que aún arde en el corazón de los que buscan la verdad.
El teatro se llamaba El Hilo Invisible, y no era como los demás.
Aquí no se representaban cuentos de amor ni gestas heroicas. No.
En El Hilo Invisible se narraba cada noche la historia eterna del poder, de los sueños, del miedo y de la esperanza.
Cuando el sol se rendía y la bruma cubría la tierra, las viejas farolas titilaban, y el telón se alzaba con un suspiro.
Sobre el escenario aparecían los titanes:
Primero surgía un muñeco de cabellos anaranjados y rostro encendido, que con voz de trueno prometía mundos imposibles. Amenazaba y gritaba, agitando sus brazos de trapo como si con ellos pudiera alcanzar las estrellas. Era el arquetipo del líder que enamora con palabras, y esclaviza con promesas.
Tras él, caminaba otra figura, vestida de oscuridad y un silencio occidental. Sus movimientos eran lentos y medidos, como quien juega una partida de ajedrez en la que cada pieza significa la vida de millones de hombres.
No hablaba; no necesitaba hacerlo. Su sola mirada tejía estrategias invisibles, hilos que ataban voluntades y destinos.
A un costado, bajo el amparo de las sombras, una marioneta de negro riguroso cambiaba los fondos de la escena.
Lo hacía con tal sutileza que pocos advertían que donde antes hubo guerra, ahora florecía la alianza o surgía la traición.
Era el espíritu del viento cambiante, el titiritero oculto que nunca muestra el verdadero rostro. Más allá, a otro nivel, un poco más alejado se acercaba como un eco de antiguas glorias blancas, una marioneta repeinada relucía entre la penumbra.
No hablaba tampoco, pero su sola presencia encendía corazones deportivos: bastaba un gesto suyo para convocar multitudes, para desatar pasiones y desestabilizar la templanza de lo que debería de ser la nobleza deportiva.
Así se repetía la función, noche tras noche, bajo la atenta mirada de quienes creían ser simples espectadores.
Pero cuentan que, en una de esas noches, sucedió algo inusual.
No con estruendo, no con luz ni fanfarria.
Dos nuevas figuras cruzaron el umbral, apenas perturbando el aire.
Eran hombres sencillos de apariencia, sin trajes brillantes ni coronas de poder.
Uno caminaba con la calma del que conoce los ciclos secretos del tiempo; el otro, con la mirada de quien ha aprendido a leer en los silencios más profundos.
No tomaron el escenario.
No proclamaron reinos ni rompieron lanzas.
Se limitaron a observar, y a dejar que sus pasos dejaran un rumor leve, casi imperceptible, en la madera vieja. Pero la tensión en el ambiente llegó a alcanzar límites nunca antes cruzados.
Y fue entonces cuando algo comenzó a moverse en el teatro.
Los decorados temblaron. Las marionetas, por primera vez, parecieron inseguras en sus hilos.
Y entre el público, un escalofrío recorrió las filas como un susurro de hojas secas.
El miedo, ese anciano que nunca envejece, se sentó entre los espectadores.
Susurró en cada oído que el mundo era frágil, que todo podía desmoronarse con un soplo, que más valía cerrar los ojos y obedecer. Llegaba el fin…
Y muchos quisieron creerle.
Pero hubo otros —pocos— que sintieron una vibración distinta en el pecho.
Una intuición olvidada, como la certeza de que los hilos no estaban sólo en las manos de los titiriteros.
Cuando el telón cayó esa noche, no hubo aplausos ni vítores.
Solo un silencio pesado, expectante.
Y entonces, cuentan los viejos, que el teatro entero se transformó en un océano de espejos.
Cada alma presente vio reflejado su rostro.
Y más allá de la piel y los ojos, vieron los hilos invisibles que partían de sus propios corazones: hilos de miedo, sí, pero también de sueños, de coraje, de amor
Comprendieron entonces la verdad que el teatro custodiaba desde tiempos remotos:
Que no hay titiritero más poderoso que el miedo.
Que no hay escenario más vasto que el mundo.
Que cada ser humano, sin saberlo, sostiene los hilos de su propio destino.
Y así terminó aquella función, no con una ovación, sino con un despertar.
El viento recogió la historia, y la llevó de aldea en aldea, de siglo en siglo, para que ningún caminante olvidara jamás que, aunque los hilos parezcan lejanos, siempre están en nuestras manos.
Y que el verdadero teatro... siempre empieza en el corazón.
Epílogo:
Así es nuestro gran teatro del mundo, queridos amigos: pensamos que somos simples espectadores cuando, en realidad, sostenemos los hilos invisibles en nuestras manos. Como bien señaló Eleanor Roosevelt: "El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños". Y los sueños, esos motores silenciosos, son más poderosos que cualquier titiritero oculto tras el escenario.
El miedo seguirá llamando a nuestra puerta. Nos invitará a la resignación, al cinismo, a la desesperanza. Pero nosotros podemos elegir. Podemos decidir bailar bajo la tormenta, reírnos en la oscuridad, construir en el viento. "La vida es o una gran aventura o no es nada", decía Helen Keller.
Cada gesto cotidiano, cada decisión aparentemente trivial, cada acto de coraje pequeño suma en el tapiz mayor. Somos más que piezas movidas por manos ajenas: somos creadores de sentido, artistas de nuestro propio destino.
Así que, si hemos de estar en escena —y lo estamos, querámoslo o no—, que sea con la frente alta, el corazón ligero, y la risa siempre a punto. El espectáculo continúa, el telón sube de nuevo, y todavía tenemos mil actos por representar.
¡Buena semana y que comience el baile!
Con cariño y esperanza,
SANTI CULLELL CONDAL
de “Un Mundo para Dummies”
Un mundo por aprender. Un mundo por descubrir.
Un mundo que, aunque tiemble… sigue y seguirá girando.


Aprendizaje
Conoce conceptos complejos de manera sencilla.
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